miércoles, 2 de octubre de 2013

Bogotá, sin norte

Leyendo la última entrega de nuestra sección sabatina de Vehículos en EL TIEMPO, bajo este mismo título, sobre el lamentable estado de las entradas y salidas de Bogotá por el norte (las del sur están peores y ni hablar de las de occidente, que es otro caos), lo único que queda es una sensación de desconsuelo e impotencia que nos acoge a cientos de miles de ciudadanos que debemos usar esas vías, bien sea para ir al trabajo, a nuestras residencias, para visitar centros comerciales, viajar o para tratar de encontrar algo de verde y paz en las afueras de nuestra demolida capital. No hay nada más frustrante que el viaje de salida por la ‘autopista’, donde se ilustran los gigantescos fracasos de la ingeniería que la diseñó para el famoso Transmilenio y la imperdonable falta de atención de parte de las entidades viales responsables de su correcta funcionalidad. Por obvias razones, es un frecuente destino nuestro el autódromo, y suelo tomar el carril vecino al de los buses para no preocuparme por el tráfico a ambos lados del carro y tener al menos un lado libre de los acróbatas de las motos que van saltando de espejo en espejo. Aparte de estar ojo avizor a todos los brincos y desniveles del pavimento, el trancón nos permite ver el penoso estado de los carriles de los buses, cuyas suspensiones y articulaciones sufren lo indecible pasando por las losas rotas que ya han sido reparadas pésimamente y sin garantía o responsabilidad de ninguna especie, ni siquiera de quienes la embarraron de manera tan colosal desde cuando las “diseñaron”. Ya sabemos que ese “trabajo” fue un tumbado técnico fantástico, pero que la vía siga en el mismo estado luego de las correcciones y remiendos es algo que debería obligar al procurador a averiguar las responsabilidades de los funcionarios que ordenaron esos arreglos y las interventorías, si las hubo. Tan acucioso que es ese funcionario para meter las narices y hacer recomendaciones en lo que es y no de su fuero, este tema debería interesarle pues se asimila muy claramente a sus funciones, al igual que a las del personero y el contralor de la ciudad. Y empezar por preguntar en qué van los reembolsos que debían hacer los primeros constructores dueños del pecado original. El tiempo de reflexión es largo, cerca de una hora en días de ocupación promedio para hacer unos 10 kilómetros, y todo debido a que la vía tiene un embudo hacia los tres destrozados carriles que reciben todo el caudal de vehículos que vienen de una gran bahía en la 170, cuya amplitud está atrofiada por el caos de los buses intermunicipales, los taxis debajo de los puentes, las alcantarillas cuyas tapas se roban sistemática e inexplicablemente cada fin de semana o los buses que se cruzan por encima de lo que sea. La conclusión es frustrante: no se sabe de algún plan de solución, de ampliación, de puentes, de algo. Lo único que indica que en la ciudad hay una autoridad es un policía metido entre las flotas manoteando y soplando un pito. Pare de contar. Se ha oído que el alcalde Petro no clasifica ese problema entre sus prioridades, pues la ciudad tiene otras necesidades, según su peculiar y egocéntrico parecer. Ojalá sean falsos rumores. Pero para sensibilizarlo si le hace falta conocimiento del problema, cosa que no creo pues vivía en Chía hace un tiempo, lo invito muy cordial y respetuosamente para que, así como demagógicamente instala cada semana su despacho en barrios neurálgicos como Ciudad Bolívar (de donde lo sacaron corriendo quienes son supuestamente sus electores, a punta de chichoneras y bloqueos) o Ciudad Kennedy, a que gobierne durante una semana desde la autopista y la acabada carretera central del norte. Ojalá no se le destruya su flotilla de blindados en los huecos, no se le caigan las llamadas en cada cuadra y no se le vomite su maletín de documentos en los toboganes. Ahí, mientras pasa las horas de metro en metro, podrá darse cuenta de que no es vía de estratos altos sino que por allí van los agricultores, los campesinos que viajan en buses, los estudiantes de colegios y universidades, los millares de personas que viven en municipios cercanos y que enfrentan un diario calvario para llegar a sus casas, los camiones que llevan carga de todos los pelambres, centenares de motos no propiamente de alta alcurnia ni cilindrada, ciclistas que quedan a la merced de la nube de vehículos. En suma, ciudadanos que merecen todo su respeto y atención. Si quiere hacer más movido su gobierno en la zona, regrese por favor por la carretera del norte. Es un camino de herradura que pasa por varios de los barrios más populares y poblados y que conecta con una carrera Séptima que es otra vergüenza vial, que se inunda, tienen huecos lunares, es peligrosa y caótica. ¿Será mucho pedirle al alcalde de Bogotá que se ocupe de estos problemas? Hasta ahora, parece que sí. Luego eso indica que el descontento por su gestión no es capricho burgués sino una queja popular. FRASE: ¿Será mucho pedirle al alcalde de Bogotá que se ocupe de estos problemas? Hasta ahora, parece que sí. Luego eso indica que el descontento por su gestión no es capricho burgués sino una queja popular.

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